Hemos cruzado por tiempos delicados, pero decisivos en la historia de la humanidad. La aceleración del tiempo, y con él de nuestra vida cotidiana ha dibujado paradojas sobre nuestra existencia tal y como la veníamos concibiendo. Nuestra columna tiene como finalidad esbozar una “reflexión práctica”, que subrayamos necesaria para el devenir de la sociedad colombiana, que, actualmente, no sólo padece los efectos de una (post) pandemia, sino de un “virus simbólico”, el cual la enferma a nivel psicológico y neuronal, diríamos con B. C. Han (1). Así pues, ingresan a nuestra sociedad problemas de ansiedad, depresión, desgaste ocupacional, trastorno de personalidad entre otras patologías que atacan nuestro tejido social, y con ello, su desarrollo y progreso respectivamente.
La mirada al problema:
La postura que presentamos, avizora que pese al panorama crítico que amenaza el tejido y la cohesión social en todos sus aspectos, exige un posicionamiento como comunidad humana; esto es, resistir a la muerte del pensamiento y la acción inteligente. Y esto, ¿Cómo se come?, Sencillo. Sostenemos que hay que regresar a la política. De allí, que no sólo debamos dirigirnos hacia dicho camino, sino que debemos elogiarlo* . Es decir, regresar a la política, pero con un sentimiento que valore y rescate los méritos y cualidades de una de las actividades y profesiones más antiguas de la humanidad.
Los colombianos han perdido el respeto, y de alguna forma, el interés auténtico por la política. Es trágico que un “concepto”, (dicho de forma irónica), presentado por los medios de comunicación constituya la opinión pública, más delicado resulta, que sea concebido como un “juicio político”*, equivalente a lo que hay qué pensar y decir sobre la política en nuestro país y sociedad actuales.
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Pues bien, como podemos observar la tecnología y los medios de comunicación no son malos en sí mismos, (Esa no es la pretensión de la columna). El problema radica en que desde los medios de comunicación y los mensajes que en realidad son opiniones e interpretaciones de la “verdad”, se incida en la falta de credibilidad que se tiene de la política, sus mecanismos, así como su entramado y arquitectónica institucional. Pero bueno, no todo es responsabilidad de los medios, también nuestros gobernantes tienen mucho que ver en el descrédito que hay sobre la política. ¿A qué se debe esto?, pensamos ser capaces de proponer respuestas a tal cuestión.
Elementos del problema, en nuestro contexto y situación nacional:
Hay dos factores que han venido configurando lo que hemos decidido llamar el “desencanto de la política”. El primero de ellos, radica en la imagen no tan ejemplar que han dado nuestros gobernantes a la ciudadanía, (No todos, no es necesario mencionar nombres). Reitero, no todo es culpa del gobierno o del Estado. El segundo factor radica en nuestra historia particular, pues, la violencia y el egoísmo como defectos principales de nuestra constitución cultural nos ha impedido progresar como personas y no sólo eso, nos ha impedido formarnos como ciudadanos (Obligación personal y social). En este último punto radica el asunto.
Resulta pertinente comprender que, dentro de una democracia liberal y plural como la nuestra, procedente de un contractus social, como manifiesta Rousseau (2). En efecto, el Estado deba garantizarnos la libertad, la dignidad, la vida, la propiedad y la seguridad. Pero seamos realistas, no es posible dejar todo en responsabilidad del Estado. Si así fuera: ¿Dónde quedaría nuestro papel como ciudadanos?, Y no se trata de ver la ciudadanía como un simple acto de una obra de teatro llamada: “democracia y civilización”. ¡Se trata de nuestra esencia particular, como seres políticos y civiles! Dejar todo en manos del Estado no sólo es renunciar a nuestra libertad, sino a nuestra responsabilidad y ejercicio como ciudadanos.
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No se trata de un imaginario cualquiera, sino que comporta nuestro sentido en la sociedad. Basta con ojear de momento algunos pasos del Angelus Novus, es decir, del “Ángel de la historia”, en términos de Benjamin (3). Si revisamos con nostalgia las huellas del pasado, examinando el mundo antiguo, la política comenzó con los griegos, hace más de 2000 años, como una necesidad y preocupación por interesarse en lo público y mejorar las condiciones de vida de la comunidad (No de toda claro está, pues, desde siempre el poder y las élites se han manifestado como una sola carne). En el mundo romano, la condición de ser ciudadano (civis) era condición de status social, pero, ante todo, de honor, de orgullo. Claro, eran otros tiempos, y la ciudadanía no les era permitida a todos. Empero, se valoraba y enaltecía dicha cualidad.
Jean-Jacques Rousseau |
Entonces: ¿Qué podemos hacer?:
Hoy los tiempos han cambiado, ser ciudadano es un derecho fundamental que nos garantiza la Constitución Política, bien sea por nacimiento o por adopción. Pero es triste que se nos hable de muchos derechos, y se socaven las obligaciones morales que como “ciudadanos” tenemos.
No es sólo salir a votar, salir a protestar, si no auto educarnos, al igual que, comprometernos a vivir en sociedad como “personas civilizadas”. Así pues, tenemos que el problema comienza donde aparentemente termina, pues, renunciar a la política o percibirla con aversión es una espada de doble filo. Toda vez que, no sólo estamos renunciando a nuestros derechos, sino que estamos renunciando a nuestra libertad, por consiguiente, al desarrollo de nuestro intelecto.
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Se trata de una renuncia irrevocable al desarrollo de las leyes de la libertad, equivalentes a leyes morales, que versan sobre el libre arbitrio en términos Kantianos (4). Es decir, renunciar a la política equivale a renunciar a nosotros mismos y a la vida organizada en comunidad con fines plenamente establecidos, sería alejarnos del camino de la libertad, y de la posibilidad del desarrollo humano; nos haría caer en manos de la violencia e intolerancia sistemáticas. De allí que se entienda el elogio de la política como condición necesaria para la vida contemporánea, asimismo, para la superación de una sociedad (post) pandemia que ha de retornar a la integridad y estabilidad de su ser espiritual. ¿Y usted, también se atreve a elogiarla?
Referencias:
1) Byung -Chul Han, La sociedad del cansancio. (2012). Ediciones Herder.
2) Isaiah Berlin, El juicio político. (2001). Revista de Economía Institucional, vol. 3, núm. 5, segundo semestre, 2001, pp. 109-122 Universidad Externado de Colombia Bogotá, Colombia.
3) Jean Jacques Rousseau, El contrato social. (2018). Ediciones Altaya S.A
4) Walter Benjamin, Tesis de la filosofía de la historia. (2008). Barcelona, Edasha.
5) Inmanuel Kant, Fundamentación de la metafísica de las costumbres. (1993). Ediciones Altaya S.A
Comentarios:
*Elogío: Decidimos tomar el concepto elogio, en el sentido positivo y valorativo de la acepción. Pese a que en nuestro país por circunstancias más o menos fortuitas, y con profundas razones históricas que dan cuenta del fenómeno no se tenga a la política (ni como actividad, acción y /o profesión) en un lugar digno de reconocimiento o si quiera, como una labor admirable.
*Juicio político: En este punto, seguimos la concepción planteada por el pensador Isaiah Berlin, bajo el entendido que, “el juicio político es la capacidad humana para comprender, reflexionar y formular un análisis concienzudo y justificado del fenómeno político que afecta la vida espiritual en diversas etapas sea en el ámbito social o individual”. Al respecto, se puede profundizar en: El juicio político, Revista de Economía Institucional, vol. 3, núm. 5, segundo semestre, 2001, pp. 109-122 Universidad Externado de Colombia Bogotá, Colombia.
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